Anoche fue noche de luna llena. Los jalapeños no pican aquí en Nueva York. El tequila no emborracha, quién lo hubiera imaginado. Otras sustancias, como la Salvia divinorum (que aquí es completamente legal) sí provocan estados alterados de conciencia. Aunque aquí todo es estar alterado, caminar por la calle catorce rumbo a la quinta avenida con la luna llena en las espaldas, cruzar la calle y toparse con un gringo, seguir caminando y que el gringo se ponga a gritar, también a espaldas tuyas, a gritarte que hay demasiada gente loca en esta ciudad, demasiados extranjeros, mucha gente que viene de Corea y se queda a vivir en Nueva York, gente enferma y psicópata que sobrevive con becas o préstamos para estudiantes, saber que te lo dice a ti porque sientes casi el aliento del gringo en la nuca y traes una mochila con libros prestados de la biblioteca de la NYU. Seguir caminando y que el gringo, violento, agitado, te siga gritando que la ciudad está llena de enfermos mentales, de gente extraña, sujetos bizarros, weirdoes, freaks y coreanos. Reírte, sinceramente y no de nervios, y pasar junto a un negro que no puede ocultar su nerviosismo, su temor porque hay un gringo violento gritando por la calle catorce y el recuerdo de la horca, los linchamientos, los gringos vestidos con sábanas blancas y el negro, asustado, mira al gringo, lo ve seguirte a ti y no desviarse a insultarlo a él, siente alivio, te mira, lo miras a los ojos con una sonrisa sardónica y el negro se asusta de nuevo y cree que ha visto al diablo y quizá hasta le concede, mentalmente, algo de razón al gringo: hay mucha gente extraña en esta ciudad.
Y esta noche hay luna llena.
That song is a sweet song, and this song is a nasty song…