sábado, 2 de mayo de 2009

You’ll go to hell…


…for what your dirty mind is thinking.
Anoche en una fiesta una compañera de clases me pidió que le ayudara a conseguir trabajo en México. Al principio me pareció simpático el ejemplo de migración a la inversa, y hasta consideré por un momento hablar con algunos amigos para ver si había vacantes; conozco Monterrey y sé que no es difícil encontrar un colegio o una preparatoria que esté dispuesta a contratar a alguien como maestra de inglés sólo porque es rubia y hablante nativa del idioma. Pero mientras bebíamos más y más para ir aclarando las cosas, y conforme pasaba la noche, la compañera en cuestión me decía que ya había estado en Guatemala y añadía, volteando a ver a otras compañeras que estaban con nosotros en la mesa, que le fascinaba América Latina, because it’s very easy for us to get jobs down there. Last time I went I didn’t have a job or anything, and I got one just like that! The pay was small, but it was enough to cover the rent and food. I had I great time: the people, the landscape and the sites are great; the only sad thing is that I couldn’t save any money that year.
Esa conversación me hizo pensar que, con esto de la influenza porcino-humana, las cosas en México no están para andar dándoles trabajo a inmigrantes extranjeros que llegan a nuestro país atraídos por nuestra cultura y nuestro estilo de vida. Algunos de ellos incluso cruzan nuestras fronteras de manera ilegal, pues se hacen pasar por turistas cuando en realidad tienen la intención de buscar un trabajo. Es cierto que algunos están dispuestos a tomar empleos que muchos mexicanos no quieren realizar, como dar clases de inglés, y hay que aceptar que hasta están mejor calificados para ello que la mano de obra nacional. Pero permitirles la entrada cuesta caro: por su causa ahora tenemos que poner letreros bilingües en nuestras ciudades, tenemos que aprender su idioma y hasta soportar el escándalo que arman en las playas cuando celebran sus extrañas verbenas populares –como esa celebración que ellos llaman Spring break–.
Como me quedé callado un rato, mi compañera intentó cambiar el tema de conversación y me preguntó que si era mi primera vez viviendo en los Estados Unidos. Le dije que sí, que había pasado algunos veranos en Austin pero nada más. Me preguntó que si me estaba gustando y le dije que sí, que la ciudad era deliciosa, y que lo mejor era que casi no se sentía que uno estaba en los Estados Unidos. Con tantos inmigrantes, idiomas, olores, sonidos, Nueva York es delirante. Recordé entonces que cuando le conté a Javier Ordóñez que me venía para acá, me dijo que lo mejor de todo era que Nueva York es una isla, así que técnicamente no iba a estar en territorio norteamericano. Les conté el comentario de Ordóñez, pero no les dio tanta risa; sólo otra compañera, que nació en Rusia y se vino a vivir para acá de niña, se rió junto conmigo.

Ahora, para demostrar que este post no es un mero ejemplo de chauvinismo pendejo (sino, en todo caso, de apreciación justificada de la cultura autóctona) dos pruebas:

1. Los títulos de algunas de las más grandes canciones mexicanas de todos los tiempos:
  • Se mamó el becerro
  • Quén pompó
  • Llegó borracho el borracho
  • La pelotona
  • El tortugo del arenal (admito que ésta puede no ser tan buena, pero se trata de una favorita personal)
  • Los nenes con los nenes (ésta la incluyo para que no digan que los mexicanos somos idiosincráticamente homofóbicos; en todo caso, somos homofóbicos por elección)
  • El Pávido Návido (sí, soy norestense, y qué)
  • La Llorona

2. Una fotografía para demostrar mi apreciación por las demás culturas. Para que vean que, desde cierto ángulo y con la luz apropiada, hasta Nueva Jersey se ve bonita (la foto la tomé yo solo):